Una interrupción en su conversación me alertó. Miré a mis espaldas y supe por qué ella había callado abruptamente. No me pregunten cómo, pero un tren se abalanzaba contra nosotros. Y todos los que festejábamos su casamiento saltamos sin pensar que ningún tren podía volar hasta donde estábamos. Mientras caíamos ella alcanzó a decirme:
—Te amo. Siempre te he amado.
—¿Por qué te casaste con otro, entonces?
El ruido de los cuerpos estrellándose tapó su respuesta. Apenas habían pasado treintaitres segundos.
El único que se salvó fue quien trajo el film: “Tren llegando a la estación aplasta una ceremonia de casamiento por conveniencia”. Fin de la caída.
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Héctor Ranea
3 comentarios:
!!!!Genial!!!!!
¡Gracias, Arturo! No merezco tanto, pero muchas gracias.
Confieso que me gustó mucho.
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