Si hay una expresión que define la foto de Güelfa es: lechuga. Tiene el ánimo más arrugado que hoja de lechuga, una conversación tan amena que emprenderías la fuga al segundo de comenzarla, eso sin hacer hincapié en que si toma tu mano te sientes en el estado más catatónico del Nirvana farmacológico al que entras cuando una enfermera te mete por vía genital un diccionario de latín sin anestesia. ¡Pobre Güelfa! Hace diez años parecía germinar en la más absoluta de las calmas fotográficas de montaña. Estoy seguro que, como tía Águeda anota en su cuaderno, a esa chica la han abducido piratas de planetas misteriosos. Mi primo Tevito cuenta que hay que verla en los bares del bulevar, que ahí sí que Güelfa se expresa bien con todo el cuerpo y canta unos tangos que dejan deslumbrado a más de uno y le dicen Malena, para colmo.
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Héctor Ranea
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