En la huella que une la meseta al valle de los bandidos se ven rastros de fulgurita, de ágatas y hay enseres, que el viento se encargó de esparcir, que muestran que muchas generaciones de pastores pasaron por allí. Las fulguritas pueden haber sido generadas por rayos, las ágatas muestran que hubo mar. Un teorema bien ordenado en la foto vieja. El viajero no nota nada positivo en eso. Está aterido, lastimado por un ñandú acorralado y la única bebida sabe a trementina porque algún gracioso pintó la botella de la ginebra. Va con el poncho apretado contra su panza, lo único que quiere es llegar a casa del bardo pues sabe que lo sanará, o por lo menos morirá bien oyendo alguna poesía. No importa que sean en galés –razona el criollo– con tal que sean versos. En la panza, el jinete lleva sus propias tripas.
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Héctor Ranea
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