—¡Te juro que vi vomitar a un perro!
—Los perros vomitan siempre ¿qué tiene de raro?
—No me entendiste. Vi a un animal que vomitó al perro.
—¡Uy, no me dijiste nada!
—Te lo acabo de decir ¿no escuchás?
—¿Y cómo era?
—Del tamaño de un perro.
—¿Y cómo hizo, por favor!
—Por partes. Pero después lo armó. Una pavada, en el fondo. Si sabés anatomía es una pavada. Eso sí, no anduvo. Hubo que esperar a que se seque.
—¿Por lo menos ladró?
—No. se puso a recitar un poema perdido de James Joyce.
—¡Qué delicia! ¿De qué trata?
—De un par de tontos que beben cerveza con un Quark.
—¿Éramos nosotros?
—Somos nosotros. Ahí viene el perro.
—¿Te siguió hasta acá?
—Se ve que sí. Son seguidores los perros de sulky.
—¿Cuál es el teléfono del animal que lo vomitó?
—¡Ay! ¿Te parece? Míralo. ¡Es tan simpático!
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Héctor Ranea
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