El conjuro no resultó demasiado bien y el
demonio que apareció resultó ser un vecino que había pasado por ahí y vaya a
saber por qué había abierto la puerta. Por supuesto que se negó a prometer
riquezas y mucho menos el amor de una mujer. Apenas se dignó a sentirse
ultrajado por los desmedidos pedidos de Fausto que, luego de echar a patadas a
su malogrado invitado, tomó el teléfono para comprar por unas horas lo que se le
negaba a perpetuidad.
Tomado del blog: Memorias del Dakota
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