—¡A derramar sangre de gaucho que es lo que sobra! —exclamó Sarmiento, alborozado mientras observaba su retrato en una revista Billiken que conservaba celosamente.
—¡Le dije que no soy gaucho! —dijo El Llanero Solitario.
—¿No anda de acá por allá en el campo sin hacer nada especifico? —replicó Sarmiento.
—Bueno…
—Entonces, es gaucho. Me lo pasan a deguello —ordenó a un par de soldados.
El alumno ejemplar dejó de escuchar los gritos destemplados del yanqui invasor y volvió a su despacho donde un indio traidor y sospechosamente maquillado de blanco lo ayudó a seguir dibujando mapas de países cada vez más y más pequeños.
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