Fue un encuentro casual. La vio sentada en una tronera de la muralla, mirando al mar. Su saludo no modificó su expresión, blindada por grandes gafas oscuras. Charlaron toda la tarde. Al anochecer, él le dijo:
—Quiero ver tus ojos.
—Soy ciega —le respondió.
Un viento frío cruzó por entre ellos.
—Abrázame —le pidió ella.
—No puedo… nací sin brazos.
Acerca del autor: Jaime Arturo Martínez
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