Mi madre siempre me decía: “Nadie escapa de su destino”. Sin embargo,
en esta ocasión decidí burlarlo. Estaban despidiendo a todo el mundo en
la oficina. Sabía que en algún momento me tocaría a mí, pero si nadie
me lo informaba, técnicamente yo no estaba despedida. Así que dejé de ir
a mi trabajo para no darles la oportunidad de decírmelo. Yo vivía
enfrente de la empresa, y para no encontrarme con mi jefe, no salí más.
Para no morir de inanición, sacaba la mano por la ventana que daba a la
calle. Pasaron tres meses y nadie me daba comida, mi único alimento era
el agua de la canilla. ¡Un día alguien puso algo en mi mano! Era el
telegrama de despido… Mi madre tenía razón, nadie escapa de su destino.
Acerca de la autora:
Carla Dulfano
1 comentario:
Este texto debe hacer eco en muchos de nosotros :)
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