―¿Tengo que darle la mano al señor, papá? ―dijo Violeta, acongojada.
―Sí; se una niña educada ―dijo el señor Cuarnes.
―Te la devolveré―. Terció Forbes.
La niña se desatornilló la mano con parsimonia, como quien no quiere dar lo que le es caro.
―Tome ―. Espetó.
El señor Forbes se la engulló de un bocado. La niña, a punto de un llanto desconsolado, dirigiéndose al padre:
―¿Viste lo que hizo? ¿Cómo me la va a devolver ahora, papá?
Y Forbes le contestó: ―Ni te molestes Violetita. Es un muñeco. El ventrílocuo soy yo. Y ahora prepará tu patita, nena. Tengo hambre.
Encuentre al autor en:
Héctor Ranea
4 comentarios:
excelente don ogui! qué ricos deben ser los muñecos...
no es tanto el sabor como la educación...
Esos son los riesgos de la "buena educación", Ogui: decir que no es mucho más saludable que ser amable, cuando nos piden algo que no nos conviene.
Cierto, María. Pero a las "Violetas" de este mundo las educamos para que obedezcan...
Publicar un comentario