Llevaba horas en la plaza mirando el palacio gris que había sido el hogar de una esperanza. Me parecía mentira estar ahí y lo que pensaba podría costarme la vida, pero no podía dejar que fluyera esa maldición repetitiva. Tanto debía ser mi éxtasis y furia contenidos que se me acercó una mujer:
—¿Sustancia, caballero? —dijo, con esa particular tonada, haciendo que desviara mi mirada a esos caramelos de malvavisco coloreado.
Girando mi cabeza lentamente vi sus facciones de gente de la tierra, a quienes tanto amaba. Nuestras miradas se fundieron en lágrimas mutuas por la misma persona asesinada hacía poco más de diez años, ahí donde ahora regía la bestia asesina.
Mirándonos, su voz tenue, apenas audible, repetía el pensamiento que yo había confinado a mi mente. Ambos maldecíamos al habitante ilegítimo de La Moneda.
Fue una tarde fresca, particularmente diáfano el aire de Santiago, recuerdo.
Sobre el autor: Héctor Ranea
3 comentarios:
Un texto que va mucho más allá de las palabras que contiene y, además, hermosamente escrito, Héctor.
sí, coincido con Javi...
¡Gracias, amigos!
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