Mis ojos fueron incapaces de soportar mi mirada. Ese reflejo en un espejo semejante había hecho de mí, de todos nosotros, seres ambulantes sin destino. Cada vez que nos mirábamos a un espejo rememorábamos aquella reflexión y, acobardados por esa penetración cerebral profunda, nos retirábamos descerebrados, malcontentos, fríos, medrosos. Nuestros amores se fueron apagando, por el arte, por la música, por el cuerpo del amado o amada, por la luz y por la oscuridad. Pronto, hasta los cuervos tuvieron más estima de ellos mismos que nosotros de nuestra propia existencia y fue en esos tiempos que se decidieron a tomar en devolución los ojos que nos habían prestado.
Desde entonces (soy) somos incapaces de sostener nuestros recuerdos con las órbitas vacías de los ojos prestados y todo fue para peor.
2 comentarios:
Hermoso y doloroso cuento Héctor... muy hermoso...
¡Gracias, Laberinto Alado! Cierto que es doloroso.
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