Zenón tuvo un problema mayúsculo. Nunca pudo besar a nadie, porque para que sus labios tocaran los del otro, debían recorrer la mitad del camino primero y antes, la mitad de esa mitad y antes, la mitad de eso. Además, debían moverse y el movimiento era solo apariencia. Eso. Pudo besar durante un sueño tranquilo pero ─dicen─ fue el último, el que no se cuenta a nadie.
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