Y
castiga sin postre al gigante, que la mira embutido en su ridículo
disfraz de conejo y su cara de niño grande. Blancanieves se ha enfadado,
esta vez con razón, ella hace lo imposible por reflotar la compañía,
pero el ogro no entiende que es el hazmerreír del público, que sus
fauces desdentadas ya no asustan a nadie. Intenta explicarle que son
otros tiempos, que la grada quiere acción y necesita sangre. El gigantón
sonríe esquivo y, moviendo las orejas blancas del disfraz, le promete
que en la próxima función se comerá un niño. Ella disimula la risa y,
acariciándole la nuca, le da golosinas.
Sobre el autor: Xavier Blanco
2 comentarios:
Muy logrado. No puedo menos que sentir compasión por el ogro, a pesar de su tremenda promesa.
Además, ¡qué autocontrol, pobre muñeco!
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