Me tropecé con la alfombra, me caí y me golpeé la rodilla. ¡Maldita rodilla! Otra vez con eso de la rodilla. ¿Para qué tendré rodillas? Menos mal que estoy solo, porque si hubiera visto mi mujer cómo cayó la taza con café en el tapizado del sillón, contrata un pelotón de fusilamiento. Por suerte, estos quitamanchas que me dieron las vendedoras, surtió efecto. Antes de que llegue doy una repasada a eso, a la pared y ya está; pero la puta rodilla me molesta. Me parece que esta vez es peor que nunca. Me di la inyección que me aconsejaron para la última caída, pero no hace efecto. Está hinchadísima.
¿Qué necesidad tenía de servirme un café? ¿Por qué mis rodillas son tan frágiles? Me resfrío de nada, me duelen los testículos. La verdad, prefiero seguir siendo lobo. Esto de transformarme en hombre cada Luna llena, me da pánico.
Héctor Ranea
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