No nos sorprendió su aparición, allí, en medio del bochinche y de las risas. La abuela se unió a la fiesta y, con el vino, tiñó de rojo sus labios secos. Cantó y bailó, sin parar, toda la noche. Conversó animadamente y reconoció en las pinturas que adornaban las paredes viejas escenas familiares. Pero en una de ellas sólo se apreciaba un sillón vacío bajo una glorieta.
Fue entonces que nos abrazó a todos y a cada uno; para luego suplicarnos con voz tenue que la dejáramos regresar. Finalmente, después de mucho cabildeo, decidimos volver a colgarla en la pared.
Acerca de la autora:
María del Pilar Jorge
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