Desde niña se sintío vulnerable día a día al mirarse al espejo y ver a esa persona imitando cada uno de sus movimientos, imitando sus gestos, miradas y aún -estaba segura- cuando ella cerraba sus ojos para no ver tremendo plagio, del otro lado la estaban observando.
Se mudó a diferentes casas con diferentes espejos pero siempre con la misma imitadora; tiró piedras, sillas y hasta le disparó con un arma que pudo conseguir sin que su esposo supiera, pero al traer un nuevo espejo, su enemiga parecía renacer.
El tiempo y los espejos suelen aliarse en nuestra contra.
Llegó el momento en que no pudo soportar más a esa mujer ya con arrugas, con mirada perdida que insistía en copiar sus acciones.
Se paró frente al espejo dando muerte a su contrincante, que no logró sobrevivir a su última imitación.
Sobre el autor:
Mario Cesar Lamique
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