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Espero a que apague la luz y se acueste para empezar. Cuando la penumbra es plena aprovecho la claridad de la Luna. Cierra los ojos y comienzo a girar cabeza muy despacio. No quiero que me descubra. Milímetro a milímetro tardo casi una hora. Cuando escucha ruidos cree que son los gatos en el techo, pero en realidad es el crujido de mi cuello: ruido plástico a juguete. Los silencios ahuecan y me sobra para seguir con la labor de la cabeza. Hasta que lo puedo ver: mira televisión y tiene el control remoto en la mano. No sabe que estoy vivo. No tiene idea de que lo vigilo todas las noches. Porque tengo los ojos pintados y el pelo arremolinado. Con los dedos duros y una sonrisa congelada, lo miro desde el rincón.
Acerca del autor:
Cristian Cano
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