Amorosamente se abrazó a mis rodillas e imploró. Yo… Yo sólo era un dios que apenas se sostenía en el Olimpo, porque nadie creía ya en los dioses. Niobe se echó a llorar: después de pedirle sus favores a faraones, rajás y meritorios Elixires, y después de consultar al Oráculo de Delfos, allí estaba, y ese estúpido se empeñaba en la no manifestación.
—Pues bien, Júpiter, si prefieres el nombre romano te lo concedo, lo que pasa es que no tengo cabida en el mundo si sigo midiendo dos metros veinte.
—¿Qué te dijo el oráculo? —La pitonisa era lerda. El dios se sirvió otra copa de vino—. Zeus Altitonante, ya en la puerta está escrito el secreto.
—¿Entonces qué me pides? —bramó el dios.
La pequeña Némesis no dijo nada; tiempo era de recuperar su lugar entre los hombres.
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2 comentarios:
Hola, Raquel.
Excelente.
Abrazos.
Hola, Nélida. Gracias. Besotes
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