Por la mañana, había mujeres por todo mi cuarto. Las conocía a todas, aunque ya las había olvidado lo suficiente como para que no me importara. Intenté hablarles, pero no me respondieron. Sólo me miraban. Sus cuerpos eran transparentes, como de cristal. De alguna forma, parecían bellas. Quizás por la lejanía y el cultivado efecto fantasmal. —¡Déjenme solo! —les grité. —Siempre estuviste solo —respondieron todas al mismo tiempo.
Luego se desvanecieron, como pequeñas luces apagándose de a poco.
Sobre el autor:
Alejandro Bentivoglio
Tomado del blog
Memorias del Dakota
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