Otto Friedrich DieStunden, psiquiatra de la Escuela de Viena, postuló hacia 1920: los recuerdos de todo ser humano sobreviven a su poseedor. Las personas mueren pero sus remembranzas no. Más aún: DieStunden sostuvo que las evocaciones son indestructibles; es decir, eternas. Y que la suma de las memorias de todos los muertos configura un universo memorable UM que es sedimentario, del cual la historia de la literatura es fractal.
Sócrates y Platón, arguyó DieStunden, sostuvieron que conocer era recordar porque consiguieron contemplar los recuerdos más cristalinos del UM, que uno verbalizó y otro puso por escrito, aderezado con su propia salsa.
¿Dónde van nuestras imágenes eternas cuándo el yo que ellas constituyen y al cual no consiguieron sustraer a la muerte se dispersa en el océano universal? cuestionaban sus detractores.
Se quedan con nosotros –sostenía DieStunden–, constituyen la parte insensible del universo real, la fuente de toda intuición.
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Daniel Alcoba
1 comentario:
¡Qué bueno, excelente!
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