La inocencia del recién nacido no sabe de escatologías al regalar el contenido del pañal a aquel ser llamado madre. La mujer de la vida hace con dos dedos una pinza sobre la nariz, desprecia la dádiva dejando el ser y el estar y el parecer del neonato con el atributo al aire. Ignorándolo en otro portal de mala muerte, se marcha a su cuchitril y llora, y aparta el visillo de la ventana, y… mirando al mundo, se abandona al té esperando la noche más fría del universo… Y bisbisea. Y reza. Y es entonces que baja a buscarlo.
De Gaviota de azogue 139
Sobre el autor: Ginés Mulero Caparrós
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