La obra dejada por Kirlian Josephson: miríada de cuentos brevísimos, plétora de poemas que nadie podrá recordar, ensayos ensayados pero nunca finiquitados, un impresionante muestrario de novelas comenzadas hasta el punto de saber cómo iban a terminar. Esto afligía al prolífico escritor, pues conocer el final lo inhibía de seguir su escritura. En efecto, razonaba: si sé cómo termina, cualquiera podría adivinar el final mediante la lógica, el álgebra, la teoría de fractales y la asociación ilícita de Freud, todas cosas archiconocidas por mis lectores, bastante escasos, por cierto.
La dulce Ariabella conoció poemas dedicados a ella, pero los recibió con la misma alegría con la que recibía el vaso de escocés enfriado (no toleraba el hielo) que usaba como aperitivo. En ese sentido, K-J no llegó a ser profeta en su tierra ni falso dios de falsos profetas. Quien pueda leer, que lea y entenderá de qué hablo.
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Héctor Ranea
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