Luna llegó temprano como no acostumbraba, llegó a ese café del Madrid de los Austria donde en más de una ocasión se había encontrado con Adolfo a desnudar sus almas. Ocupó una mesa, la de siempre, y por primera vez observó que estaba rodeada de espejos. Dirigió la vista hacia uno, el de enfrente.
Luna
sabía, ¿sabrá?, que no podía cumplir las expectativas de Adolfo. Era
consciente de que algo le tenía que decir esa noche. Amaba su
brillantez, su energía, su inteligencia, su lucidez, pero experimentaba
la certeza de que su cuerpo no podría nunca encontrarse con el suyo.
Del
estupor pasó al temblor porque mientras se miraba intensamente al
espejo, deseó con fuerza transformarse en eso que Adolfo necesitaba.
Sobre la autora: Mayda Bustamante
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