Cuando no entiendo, me agarro a cada una de mis soledades, me proscribo a mi mismo, me encierro en el cuarto de baño, escucho viejas canciones de The Kills, me afeito las piernas. Mi mujer dice que son todas ellas hechas con intención, con la intención precisamente de no pasar desapercibido, porque, moribundo, me quedaría tiritando en el piso. Soy de los que llaman a la oficina para admitir un catarro inexistente y sonarme los mocos ante una bolsa de patatas fritas, bebiendo cuanto haya en la nevera. Aún así, soy un gran tipo. Las cartas de mis hijas llegan periódicamente desde Australia y mi terapeuta ha conseguido que me deshaga de la manía de morderme las uñas.
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