Jean Claude Letrine, notable poeta francés, concurrió como era habitual al salón literario donde improvisaría unos versos a puro mandoble de verba en movimiento. Sin embargo, para ir calentando la garganta, decidió empezar con una tonada ajena, inglesa en su flema.
–Ningún hombre es una isla… –inició.
Pero continuar fue imposible. Una feroz, megalómana, santa elénica voz gritó desde lo profundo de la lejanía.
–Yo, Napoleón Bonaparte, lo soy –se escuchó, clausurando toda continuidad.
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Alejandro Bentivoglio
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