—¡Oiga, pare el carromato! —oí que gritaban desde dentro del atmosférico.
Me produjo una sorpresa desagradable. Era la primera vez en cuarenta años que en lugar de trasladar los contenidos de los pozos negros, trasladaba bosta de murciégalos y de vampiros, pero nadie me había advertido que podía venir alguien con capacidad parlante en el medio de la mierda.
Abrí, después de ponerme la escafandra, el gran tacho y salió el tipo. No podía creer lo que veía. Se lo notaba elegante, de esos que salen en las revistas acompañando alguna modelo o vieja actriz, pero estaba hediendo como el infierno y bastante arrugado de traje.
—Disculpemé, no lo vi —traté de defenderme.
—Diga que me agarra apurado, que si no, lo muerdo —me dijo. Y no lo vi más.
¿Alguien me puede explicar qué pasó? Para mí, me alucinó la mierda de murciégalos, ¡qué quiere que le diga!
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Héctor Ranea
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