Filippo se levantó de madrugada y no encendió la radio, pues no tenía. Transpiraba. Nuevamente había soñado con fuego, una pesadilla recurrente. Se dirigió a la única ventana y contempló, extasiado, la luna. La precisión de su movimiento lo inspiraba. Asistió a la salida del sol, imaginando miles de soles similares rodeados de mundos habitados entre las estrellas lejanas que aún resplandecían en el cielo. No encendió la computadora para consultar Wikipedia, pues no tenía. Tampoco tenía TV cable. Encendió fuego para calentar su desayuno, debía apresurarse. Su alumno, Zuane Mocenigo, ya estaría en camino a denunciarle. Media hora después se puso el abrigo y salió a la calle, con un bulto lleno de ropas, libros y documentos al hombro. Ya era muy tarde, los soldados venían a su encuentro. Era la primavera de mil quinientos noventa y uno.
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Christian Lisboa
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