Después de la muerte del abad Monferrato, los discípulos quedaron convencidos de que se avecinaba una nueva. Pero cuando transcurrió una semana sin que nada distinto hubiera ocurrido en el convento, algunos de ellos, quebrantando una regla básica, se dejaron morir de hambre, cayeron accidentalmente en pozos profundos o se ahogaron en lagunas y arroyos. El hermano Jonás, por ejemplo, levitó hasta ensartarse en el borde metálico de una nube y Epifanio, un novicio pusilánime y asustadizo, corrió descalzo por la campiña sin detenerse durante treinta días y sus noches. Al final de la carrera, sus pies y piernas habían menguado hasta tal punto que fue enterrado en un cajón de manzanas. Por fortuna para la congregación, sin embargo, las cosas se arreglaron con la llegada de Florisella, una vieja y experimentada prostituta. Los sobrevivientes vieron en ella la señal que esperaban y la nueva era pudo comenzar.
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Sergio Gaut vel Hartman
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