No le detuvo el cartel disuasorio de la entrada, ni las cámaras de seguridad, ni la alarma, ni la puerta blindada. Le detuvieron las cabezas disecadas que encontró colgadas de la pared del salón. En un ataque de pánico, se personó en la comisaría de ese mismo barrio para confesarlo todo. El ladrón más buscado, decora ya la celda del dueño de la morgue.
Sobre el autor: Oscar Román Alconada
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