Lo llamaban “El Entraña” porque les hacía llegar hasta el fondo la picana. Murieron casi todas las mujeres y todos los hombres a quienes se las aplicó. Y las pocas sobrevivientes quedaron estériles. Ahora es —dicen algunos― un anciano. Los compañeros del cuerpo le regalaron lo que siempre quiso, un buzo institucional, pues siempre quiso ser un buzo táctico, vivía sumergido. Tanto le gustó que no esperó a su enfermera y quiso probárselo, pero olvidó quitarse sus anteojos. Al entrar con la cabeza en el agujero, las patillas se clavaron en sus ojos. Del dolor, enfurecido, quiso sacarse la vestimenta pero se trababa en las patillas. Sin darse cuenta caminó hasta la escalera y cayó rompiéndose el cuello. ¡Gracias, Cortázar! ¡Te amamos, Julio!
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Héctor Ranea
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