Cuando Gregor Samsa despertó aquella mañana, sumido aún en el aturdimiento de una más de sus inquietantes pesadillas nocturnas, se sintió horriblemente transformado. No, no es posible —pensó—. ¡Otra vez no! Se había acostado boca arriba, reclinado sobre el caparazón, e hizo ademán de incorporarse rápidamente para cubrir la desnudez de su cuerpo. A toda velocidad atravesó el pasillo que separaba la habitación de la sala de estar, donde la familia atendía a sus huéspedes. En el sillón nunca faltaba la manta doblada con la que el padre se cubría las rodillas por la noche. Le extrañó la lentitud con que se movían sus piernas a pesar de la velocidad a la que corría y suspiró por fin, profundamente aliviado, cuando al llegar junto al sofá la luna del espejo le devolvió su habitual imagen de insecto.
Sobre la autora: Anna Rossell
2 comentarios:
Lo lee Kafka y te mata.
¿Te parece que la mata, Carlos? Creo que en Kafka la timidez era más fuerte que la ira...
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