—Lávese las manos y espéreme —dijo mi doctor—. Tengo que traerle algunos repuestos.
Pensé que se había equivocado. Aunque yo era parecido al mecánico reparador de articulaciones nanotexturadas, pero no que fuera para tanto.
—Pero... No necesito articulaciones —alcancé a decirle cuando la puerta se cerraba.
—No importa —me gritó desde el pasillo.
Esperé un buen rato mas no apareció. Cuando me aburrí, salí al corredor y me sorprendió el silencio y lo vacío que estaba el hospital.
Caminé hasta la recepción del piso y no había nadie, aunque a los pocos segundos los ví, todos colgados de ganchos, desangrándose, ya muertos. Llamé a la policía.
—Cosa de locos —me dijo el oficial a cargo, aunque no sé si me hablaba a mí o a uno de los que manejaban las ambulancias—. Ponen de médicos a clones de psicópatas. ¿No saben leer los currícula, estos tecnócratas?
Como buen clon, cerré el pico.
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Héctor Ranea
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