—Esta vez está poniéndose de veras fiero —dijo para sus adentros
Eleuterio Barboza, montando ese parejero que, como ya era costumbre en
él, había robado la noche anterior—. Esta vez estás jodido, Barboza —pensó el gaucho. Desde
que recordaba su vida había robado caballos para vivir de la cuarta al
pértigo, huyéndole a los milicos y sin poder hacer otra cosa que fumarse
lo que ganaba en la venta de los nobles fletes que se robaba—. Esta
vez sí que estás frito, negro ‘e mierda —reflexionó, aunque el huracán de las
crines le recordaba tantas otras aventuras. Pero esta vez el alazán que
montaba era de ajedrez y lo estaban por entregar a cambio de una torre—. Si fuera un canje por la dama, por lo menos —alcanzó apenas a murmurar.
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Héctor Ranea
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