Y la admiré. Y la dibujé en el cuadro más bonito jamás pintado. Y
le hice ricitos en su melena azabache. Y con el corazón desbocado la
acaricié. Y sumergidos en un imparable frenesí la besé en las manos, en
la cara y en los labios. Y la volví a admirar. Y a acariciar. Y a
besar en las manos, en la cara y en los labios. Y la deseé más. Y
cuando le abrí los ojos comprobé que yo no era más que una ilusión. Y
desaparecí. Como hiciera hace tanto la lluvia de estos campos
marchitos.
Tomado de
microSeñales de Humo
Acerca del autor:
David Moreno
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