―Patrón ―dijo mi personaje favorito irrumpiendo en el estudio sin golpear la puerta.
―¿Qué querés, Kurosawa? ¿No tenés modales, vos?
―Un amigo, en un microcuento vecino, se clavó un ajenjo con salchichón de morsa. Y me dieron ganas.
―Sabés
que acá no nos privamos de nada, que soy partidario de que mis
personajes se den los gustos. ¿Querés comer salchichón de morsa y
bajarlo con ajenjo? Dale, servite, ahí tenés.
Hice aparecer un
salchichón de morsa y dos botellas de ajenjo sobre mi escritorio.
Kurosawa se abalanzó sobre el piscolabis y se lo mandó antes de que yo
pudiera parpadear. Como sé que es resistente y asimila el alcohol como
una barrendera de San Petesburgo, no me preocupé por la posibilidad de
que lo multara la policía de tránsito. Pero lo apunté con el índice y
sentencié.
―Limpiá el chiquero que hiciste. Me molestan los microcuentos llenos de basura.
Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman
1 comentario:
Me encantó
Publicar un comentario