El Gran Dragón descendió. Hedor a sangre jugueteó en sus fosas nasales. La humedad, quizás ocasionada por el sudor del sempiterno residente, bañaba los caminos flanqueados por muros caídos; y en el aire, un perfume carnoso estimulaba un apetito por años insatisfecho. Con lengüetas de fuego apretando su garganta sedienta, el Gran Dragón afinó su olfato y escudriñó con él los recovecos del laberinto. Un torrente de hormonas tomó súbito el control de su cerebro y supo, con la lucidez que sólo los dioses poseen, que el Minotauro aguardaba herido.
El Gran Dragón se acercó solemne. Era vencedor y depredador.
Y tal como se había escrito.
Libro 2012.
Capítulo 21
Versículo 12.
En el día acordado.
A la hora predicha.
En el año final.
Una golosa lamida puso fin al ser solitario que había dado origen al mundo laberíntico de los hombres.
Acerca de la autora:
Ruth N. Abello
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