“¡Pero qué bichito más interesante!”— me dije—. “Tiene pintitas verdes, caparazón rojo aunque... ¡le están naciendo patas! ¿Cuántas son?”
Intrigado, quise husmear en su naturaleza con mi atención, pero el bicho me madrugó con un ¡zap! De algún rayo diabólico o algo así. Ahí comprendí que era una porquería de invasor. ¡La Tierra amenazada! Alcancé a decir:
—Bicho de mierda, maloliente.
Y él me contestó:
—Perro clasista.
Tiene razón; soy (era) un perro.
Acerca del autor:
Héctor Ranea
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