El asesino no solía leer cuentos o novelas de ciencia ficción, y todos sabemos que los argumentos de las películas del género no suelen destacarse por el ingenio de las tramas que presentan. Fue por eso, y no por otra cosa, que Hildebrando Malaspina se terminó entregando a las autoridades. No, no fue arrepentimiento, para nada. Lo que no pudo soportar fue que Eugenio Zappotto, el plomero del consorcio, apareciera todas las mañanas en la escena del crimen, vivito y coleando, tan burlón como siempre, aludiendo a las escasas dotes intelectuales de Hildebrando, mofándose de su gordura y asegurando que iba a tener que pagar el arreglo. Lo que el asesino no sabía era que algunas de las manipulaciones del plomero habían formado un infundíbulo cronosinclástico Vonnegut que retorcía la zona temporal de la cocina y obligaba a Eugenio a regresar una y otra vez al momento del asesinato.
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Sergio Gaut vel Hartman
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