Lo tenía a mi merced.
—¿No sabías que esto ocurriría, tarde o temprano? ¿Tu ciencia infalible te abandonó?
Dos lágrimas como gotas de aceite rodaron por sus mejillas.
—¡No, por favor! —suplicó—, no me haga nada.
Desenfundé el kriss que me había regalado Sandokan.
—¿Cómo que no? ¡Por todas las porquerías que tuve que soportar! —Le pinché el pecho con la punta del arma; una flor roja decoró la camisa.
—¡No! —mugió.
—¡Pobre astrólogo! —hundí el kriss hasta la empuñadura. Los planetas no se movieron de sus órbitas, como si no hubiera ocurrido nada.
Dos lágrimas como gotas de aceite rodaron por sus mejillas.
—¡No, por favor! —suplicó—, no me haga nada.
Desenfundé el kriss que me había regalado Sandokan.
—¿Cómo que no? ¡Por todas las porquerías que tuve que soportar! —Le pinché el pecho con la punta del arma; una flor roja decoró la camisa.
—¡No! —mugió.
—¡Pobre astrólogo! —hundí el kriss hasta la empuñadura. Los planetas no se movieron de sus órbitas, como si no hubiera ocurrido nada.
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1 comentario:
¡Me encantó!
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