Casi diría que me gustó que me vapuleara. Tenía esas cualidades que uno no espera de las mujeres. Además de hermosa, colorida, graciosa y sensual, su voz monótona indicaba que no era un ser humano. ¿Un androide? ¿Un ser traído de otro sistema solar por un aficionado a las películas de ciencia ficción que pasaban en la tele? Pregunté.
—¿Es usted un androide, un ser extraterrestre?
Me pegó una bofetada que repercutió a lo largo de todo el universo. Cientos de manuscritos cayeron de los estantes y perdieron hojas preciosas. El terremoto afectó especialmente a los libros de superación personal, que por una vez no encontraron remedio para sus propios problemas. Ahora el asunto era plasmarlo en el papel para salir del círculo vicioso. Pero el tiempo se acabó: conectaron la Máquina de Dios y el universo se fue por el sumidero.
—¿Es usted un androide, un ser extraterrestre?
Me pegó una bofetada que repercutió a lo largo de todo el universo. Cientos de manuscritos cayeron de los estantes y perdieron hojas preciosas. El terremoto afectó especialmente a los libros de superación personal, que por una vez no encontraron remedio para sus propios problemas. Ahora el asunto era plasmarlo en el papel para salir del círculo vicioso. Pero el tiempo se acabó: conectaron la Máquina de Dios y el universo se fue por el sumidero.
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