—¿Quién eres? —preguntó Napoleón Bonaparte, moribundo.
—El que te envenenó —respondió el hombre delgado, de aspecto enfermizo.
—Pero ¿quién eres? —insistió Napoleón.
—Nicolás Maquiavelo, un servidor.
—¿Y por qué me matas?
—Para robarte los preciosos manuscritos que has ido acumulando todos estos años. Santa Helena ha sido un buen ámbito para tu talento.
—¿Qué harás con ellos? —logró articular el que fuera emperador, ya sin aliento.
—Los iré publicando, poco a poco. Un juego para mitigar la soledad del inmortal... y crecentar aún más mi fortuna.
—Pura codicia... entonces... —alcanzó a murmurar el corso antes de expirar.
—El fin justifica los medios, maestro. Tú me enseñaste: poco importa lo demás, el éxito es la medida de todas las cosas.
Maquiavelo terminó de empaquetar los manuscritos y salió de la habitación.
—El que te envenenó —respondió el hombre delgado, de aspecto enfermizo.
—Pero ¿quién eres? —insistió Napoleón.
—Nicolás Maquiavelo, un servidor.
—¿Y por qué me matas?
—Para robarte los preciosos manuscritos que has ido acumulando todos estos años. Santa Helena ha sido un buen ámbito para tu talento.
—¿Qué harás con ellos? —logró articular el que fuera emperador, ya sin aliento.
—Los iré publicando, poco a poco. Un juego para mitigar la soledad del inmortal... y crecentar aún más mi fortuna.
—Pura codicia... entonces... —alcanzó a murmurar el corso antes de expirar.
—El fin justifica los medios, maestro. Tú me enseñaste: poco importa lo demás, el éxito es la medida de todas las cosas.
Maquiavelo terminó de empaquetar los manuscritos y salió de la habitación.
2 comentarios:
Sin palabras, muy bueno.
Muy buena la historia y la construcción del texto.
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