Salgari era un hombre fantasioso, muy dado a la invención y la mentira, no obstante lo cual, en su cabeza estaban muy bien delimitadas las fronteras entre lo real y lo ficcional. Por eso, cuando vio aparecer a Sandokan en su estudio, y este se inundó con toda la olorosa intensidad y la energía que el malayo expresaba con su cuerpo, se refregó los ojos y apeló a su arsenal de estrategias para descartar los aspectos oníricos del evento.
—¿Qué quieres? —dijo finalmente. Sandokan no respondió. Se limitó a extraer de entre sus ropas un kriss afilado como un sueño, y se lo tendió.
Poco tardaría en descubrir el veronés que su mejor personaje había comprendido sus deseos y se había adelantado a ellos.
—¿Qué quieres? —dijo finalmente. Sandokan no respondió. Se limitó a extraer de entre sus ropas un kriss afilado como un sueño, y se lo tendió.
Poco tardaría en descubrir el veronés que su mejor personaje había comprendido sus deseos y se había adelantado a ellos.
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