Observó la luna fijamente; la noche era fresca y clara, se sintió distinto, sus sentidos se tornaron infinitos. Presintió los pasos de la gente por el camino y poseído por la leyenda y el instinto saltó al encuentro de sus víctimas; no podía evitarlo, ellos tampoco: ya estaban frente a él indefensos y vulnerables. La voz aflautada de la mujer se amplificó en el silencio zumbón del parque.
—¡Ay Carlos, quermosooo el michifuuzzz! ¡Vamoallevarlosno pa´ las casaaaa!
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