Llega un momento para
todo ser humano en el que la naturaleza le impone un enemigo. Un adversario al
cual es preciso vencer en las lides que impone la vida, un rival que hace
obligatoria esa dolorosa preparación previa al primer campanazo. Y como el hombre
es competitivo per se, este oponente se hace vital, necesario, útil. Sin él, el
combate pierde sentido y las ansias de triunfo quedan relegadas a un
anecdotario inútil. Solo un enemigo es capaz de sacar lo mejor de su
contrincante. Solo un verdadero antagonista puede consolidar las virtudes de su
oponente. Por eso, amor mío, no me juzgues. Por eso es que yo soy el tuyo.
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