—No quiero verla más —le dije. El Pigmentador asintió con la cabeza y me durmió. Al cabo de dos horas ya no veía.
—Noooo. Quiero que la saques de mi vista, ¿entendiste?
El Pigmentador llamó por sondas de baja frecuencias a su asistente. Pude percibir una intensa luminosidad a pesar de estar completamente ciego. Luego, entre los dos trabajaron al menos un día en mis ojos. A partir de ese momento el fluorocromo en mis pupilas hace que no la distinga. Ella, es completamente invisible para mí. El fluor rebota en sus moléculas y la rechaza, la luz que emiten mis ojos también impactan en los suyos. Ahora, lamentablemente Ella no me ve.
Sobre la autora: Silvia C. Milos
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