La sensación de ser el humilde galeote de una sociedad
hipócrita era una molestia. No dejaba de escuchar una suerte de zumbido que le repetía:
“te resignaste”. El acuerdo automático con los otros, soslayando riesgos,
evitando el perjuicio era un continuo y repulsivo desgaste. No quedaba margen
para la discusión de sustancias, para la creación, para el ser. Y todo a cambio
de una vivienda digna, un salario justo. O de la aceptación cual antídoto
contra la inseguridad. ¿Un plato de lentejas? Cientos, miles, millones de
ciudadanos comprando los mismos objetos, vistiéndose del mismo modo, suspirando
por el mismo automóvil, soñando con iguales vacaciones, exhibiendo un mismo
estilo, con la impresión que se está eligiendo libremente, que se ejerce un sacrosanto
derecho: el de elegir entre Coca y Pepsi.
—¿Se va a servir algo? —le preguntó el mozo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario