lunes, 3 de septiembre de 2012

La luz del baño – Héctor Ranea


En el espejo, una lágrima marca el lugar donde Evaristo, el amante sincero, había clavado su puñal a su imagen: Evaristo, el amante oportunista. No había dejado ni una grieta en el vidrio, sólo fue un adiós en el que los dos decidieron aniquilarse. El sincero fue más rápido y clavó antes, pero no pudo evitar que el otro le hiriese. Y así, poco a poco, se fueron haciendo pura luz y ni la sombra del cuchillo les quedó para nombrarlos. Eulogia, la amante única, no comprendió qué sucedió después de que Evaristo la dejara tomando el desayuno. En el baño encontró que había tanta luz que tuvo que dejar la puerta abierta para volviera todo a la normalidad. Tan encandilada estaba que ni vio la lágrima. Tomó el café, decidió esperarlo en la plaza. Aún espera.

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Héctor Ranea

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