–Igual que lo hacen las ballenas –balbucía una y otra vez apretando su boca mellada.
–Igual
que lo hacen las ballenas –le había enseñado Sofía. Sólo así
alcanzaremos el horizonte y podremos escondernos en las profundidades
marinas.
Con los ojos vidriosos,
seguía remando esta vez con todas sus fuerzas. Se olvidó de su cuerpo
malherido y de mirar atrás, hasta que la sangre que le caía por la nariz
le impidió respirar con normalidad. Al girarse, comprobó lo lejos que
quedaba la orilla. También su minúsculo marido. Y cucándole un ojo, su
amiga imaginaria le sonreía esperándole desde el agua.
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