Sintió el glogloteo del whisky en su garganta, luego en su
cerebro. El alcohol lo invadía rápido. Gélido. Indudable y preciso. Le
resonaron dos palabras en el permisivo dialecto de sus padres: Ninna nanna. Y sintió una suerte de
sinergia que lo unía al cosmos. O a una suerte de abstracción aérea, única, difícil
de esculpir con huidizos conceptos... con palabras frugales. Vio un extraño
bergantín en el horizonte de esta, su nueva locura. El barco se le antojo algo
funesto, algo desabrido, algo Inexorable. Entonces —cual náufrago— decidió
hacerle señales de humo. Se quitó un zapato. Lo embebió en la mezcla
inflamable. Se roció de pies a cabeza. Encendió un fósforo veloz.
Sobre el autor:
Armando Azeglio
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