Habíamos sido contratados por un grupo de élite que prefirió permanecer en el anonimato. La consigna era clara. Teníamos que liquidar a ese animal sin levantar sospechas y sin asustar a las criaturas del lugar. Nos organizamos en grupos de tres, apuntándole desde una distancia prudencial. Las armas de desintegración eran muy potentes. Para disimular el estruendo que producirían, acordamos dispararle al unísono en el momento en que el avión de la mañana volara sobre nosotros. La misión tuvo un éxito rotundo. A las diez y cuarenta de aquel viernes, el dinosaurio finalmente desapareció.
Sobre la autora: Claudia Sánchez
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